domingo, 28 de septiembre de 2008

Chávez, o el mal circo

Fernando Londoño / El Pais / Cali

Fernando Londoño Hoyos, el Ex Ministro del Interior y justicia del gobierno de Álvaro Uribe, ha analizado las actuaciones del presidente venezolano H. Chávez en cada oportunidad su conducta ha resaltado por la particularidad de su proceder. En la columna de esta semana publicado en el diario de Cali, El país, señala que las ultimas actuaciones del teniente coronel divierten al publico del circo porque no deja tener la extraña gracia de lo grotesco. Vamos a darle un vistazo que bien vale la pena:

Si no fuera tan peligroso, el coronel, comandante y paracaidista Hugo Chávez tendría algo de simpático. Hay circos que divierten por su calidad. Y otros que divierten de puro ridículos. El payaso que anticipa el chiste, el mago que no puede ocultar el truco, el trapecista que termina salvado por la malla, no dejan de tener gracia. La extraña gracia de lo grotesco. Así es Chávez y si no fuera porque en esos desvaríos está jugando con tantas vidas, valdría la pena seguir presenciando sus maromas.

Chávez comete todos los errores, viola todos los códigos de conducta, desafía todos los poderes. Pero no se sabe cuándo ni cuánto daño hará antes de la descalabrada ineluctable.

El tiranuelo de Venezuela se puso de bufanda el principio de la no intervención en el Derecho Interamericano. Aún nadie se lo cobra, porque a otros parece divertido seguir el ejemplo. Ha roto las reglas del buen trato entre naciones. No hay vulgaridad que se le escape, insulto que ahorre, desplante que le falte. Unos lo perdonan por miedo, la mayoría por interés y los más poderosos por condescendencia.

Chávez tiembla por los computadores que Colombia guarda con inexplicable alcahuetería. Y mantiene agitado el circo para que nadie los recuerde. Le teme al día en que le corten cuentas por su tolerancia con el narcotráfico. Por eso ataca al imperio antes de que éste lo llame a responder por ese desafuero y antes de que el pueblo venezolano descubra que por esa complacencia se baña en sangre. Sabe que no saldrá airoso del primer arqueo de caja que se le practique sobre los ingresos petroleros que ha malbaratado, robado, regalado. Le huye al día en que le pregunten para qué le ha servido a Venezuela tanta expropiación de su riqueza productiva. En sus pesadillas tiene que presentir la cercanía de una catástrofe. Con posponerla le basta.

Ahora lo espantan las elecciones regionales, que tiene la seguridad de perder, por mal concertada que ande la oposición. Y duda del remedio que pudo usar en otras, el fraude descarado. Pero no se siente capaz de engañar tanto, en tantos sitios. Por eso está dispuesto a multiplicar las peripecias circenses para cancelar esas elecciones. De modo que hace alianza con Evo Morales y con el majadero de Honduras para desafiar a Estados Unidos, y para completar el número invita a Rusia a que venga al Caribe para besarle las barbas al Tío Sam. Hay cálculos en los que no conviene errar. Por ejemplo, en aquello de molestar a un gigante sin despertarlo. Los japoneses lo supieron, aunque tarde, con Pearl Harbor. Y en este caso, también Rusia se puede llevar un disgusto. Para ella será cosa de hacer retornar los buques, como lo hizo Nikita Kruschev. Chávez no tiene puerto de retorno.

Como admite que puede no ser suficiente la crisis internacional, la monta en la parroquia. Y se inventa conspiraciones, para aplastar la parte de las Fuerzas Militares que no le gusta, y la de la prensa y la oposición que detesta. Suponer que Alberto Ravel, el director de Globovisión, quiera matarlo, es una fanfarronada. Pero puede ser más que una advertencia. Un tirano amenazado de elecciones es una fiera fuera de la jaula. La emprende contra cualquiera, y antes de ser reducida lanza zarpazos iracundos. Chávez no sólo juega al payaso sin gracia, al maromero sin talento, al ilusionista sin poder de convicción. Ahora hace de bestia herida. Es tiempo de levantar la carpa. El circo debe terminar.

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