Joaquín Villalobos*
Oxford, Inglaterra. La rabia que vivían las clases medias venezolanas contra los políticos en 1998, cuando eligieron al coronel Hugo Chávez como presidente, sólo se compara con la que sienten ahora que no pueden sacar al coronel del gobierno. Algo similar ocurre en Ecuador y Bolivia. Quienes votaron buscando mejorar jamás imaginaron que sus países se dividirían y entrarían en una confrontación, donde la agitación callejera bajo el juego de "o amigo, o enemigo", "culpables y víctimas", se convertiría en política de sus gobiernos. La intensa polarización en la que ha vivido nuestro país ya tocó fondo. Si el resultado electoral es el que muestran las encuestas, lo que viene es la fragmentación del sistema político; la extinción del centro izquierda; la ruptura del bloque conservador; la hegemonía del Partido Comunista (FMLN); varios gobiernos populistas de corte autoritario; una nueva división entre los salvadoreños y una prolongada, violenta y profunda crisis política, económica y social.
No haber construido un sistema de competencia política positiva entre fuerzas sensatas y el juego de los últimos tres gobiernos de ARENA de "polarizar para ganar", colocó a miles de electores contra la pared. La posibilidad de la alternancia en vez de ser un progreso, se ha convertido en un riesgo de regresión. Los electores tienen descontentos totalmente válidos. El problema es que la estrategia polarizadora de la derecha sirvió para legitimar y fortalecer a un partido extremista y violento, que en condiciones normales sería marginal. Ahora, por falta de opciones, la mayoría lo considera apto para gobernar. Algunos, aún estando conscientes del peligro, piensan que un gobierno del FMLN serviría de castigo a los viejos poderes para que "entiendan, aprendan y cambien".
Si hubiese certeza de la temporalidad del "castigo" y de que podemos recuperarnos de las consecuencias, el riesgo sería menor. Sería un bache de cinco años para avanzar en madurez, pero hay razones para concluir que no es un bache, sino un precipicio. Un gobierno del FMLN nos podría convertir en Estado fallido y sociedad desintegrada. No tenemos petróleo, ni somos tan fuertes como para resistir en treinta años una guerra civil, tres terremotos, inundaciones permanentes, la migración de la tercera parte de nuestra población, el fenómeno pandilleril más peligroso del planeta, la quiebra de nuestra agricultura y la inexistencia de un modelo económico que no sea el de exportar personas. El FMLN es incapaz de reinventar nuestra economía, lo que puede es destruirla. La prolongada crisis que crearía su gobierno nos puede mandar al fondo para siempre. No hay ninguna posibilidad de que el FMLN haga un gobierno normal y mucho menos un buen gobierno.
El FMLN no cree en la democracia, es anti-sistema confeso y exhibe sus simpatías por el comunismo del Siglo XX y por el socialismo del Siglo XXI. Sus actuales dirigentes han declarado que fue un error firmar la paz, apoyan abiertamente a grupos armados como las FARC y, terminada la guerra, sus militantes se involucraron en secuestros, en asesinatos de policías y violencia callejera. Para que un gobierno sea normal es indispensable que tenga relaciones armónicas con EEUU y el sector privado. Los empresarios son importantes para mantener y multiplicar los empleos y nuestra dependencia de los EE.UU. es tal, que sufrimos con sólo que no nos atiendan en Washington. No se trata de no ser críticos, el problema es que para el FMLN éstos son enemigos por definición. Una recopilación de las posiciones, escritos y actitudes del Frente en la posguerra demuestran esto de forma irrebatible. De que el país está mal y de que la derecha tiene la responsabilidad por ello, no hay duda; pero pensar que el Frente puede hacernos mejorar es una ilusión.
El FMLN le da miedo hasta a su propio candidato presidencial, que no se atreve a vestir sus colores. Ahora, más que nunca, la confianza es el valor fundamental de la economía y el Frente es incertidumbre. Los pocos empresarios que se le acercan lo hacen por miedo para comprar seguridad, o por oportunismo para venderles imagen. Con un gobierno del Frente caerían las inversiones, se perderían empleos, bajaría el valor de las propiedades, habría escasez y subirían los precios de todo. El FMLN es el cambio para empeorar.
La duda entonces es si el candidato domará al partido o si el partido domará al candidato. Los hechos muestran que el candidato ha perdido todas las batallas: le objetaron hacer una alianza más amplia; le negaron proponer un candidato diferente a la alcaldía capitalina; le impusieron al jefe de campaña y luego al jefe de programa; le rechazaron proponer candidatos a diputados y lo contradicen públicamente cuando les da la gana. Las batallas que le hacen falta al candidato son la del gabinete y la de las políticas de gobierno. Si fue derrotado en todas las anteriores, no hay razones para creer que puede ganar estas otras. Por consiguiente, le impondrían un gabinete de activistas del partido y así, sin ministros y sin diputados, las políticas del gobierno las definiría el Partido Comunista. El candidato sólo podría gobernar con independencia, si rompiera con el Frente y se apoyara en los diputados de ARENA. Pero ni él tiene el coraje para romper, ni la derecha va estar dispuesta a apoyarlo, en consecuencia sería un gobierno muy débil y sin poder real.
La conducta del candidato del Frente, si fuera presidente, estaría, además, condicionada por potentes factores nacionales e internacionales, que lo obligarían a subordinarse al proyecto extremista del FMLN. Creer que el apoyo de gobiernos socialdemócratas como Brasil o España servirían de contrapesos frente al Partido Comunista es una ingenuidad, no hay gobierno en el mundo que pueda competir con la chequera de Chávez y los cheques de este señor los recibirán los comunistas. Así que, imposibilitado de hacer buen gobierno, aislado en su cargo, sometido a la presión de un partido que estaría fortalecido, visto con desconfianza por EE.UU.; enfrentado a la oposición de la derecha y condicionado por los soportes de Venezuela; el candidato se tendría que sumar a las políticas revanchistas, amenazadoras, divisionistas y autoritarias del FMLN. Tendría que justificar y encubrir la violencia de fanáticos ensoberbecidos al igual que lo hacía la derecha en el pasado.
No sería la primera vez que tendríamos un presidente decorativo condicionado por un poder superior, así ocurrió en 1982 cuando quien mandaba era la Fuerza Armada. Este no es un tema de buena voluntad, sino un proceso determinado por el contexto. Lo que diga entonces el candidato para intentar diferenciarse del Frente, es completamente irrelevante. Si el FMLN ganara la elección presidencial, gobernaría el Partido Comunista y no el presidente, en síntesis, hay que olvidarse del candidato y acordarse del Frente.
*Columnista de El Diario de Hoy.
http://www.elsalvador.com/mwedh/nota/nota_completa.asp?idCat=6350&idArt=2918166
Oxford, Inglaterra. La rabia que vivían las clases medias venezolanas contra los políticos en 1998, cuando eligieron al coronel Hugo Chávez como presidente, sólo se compara con la que sienten ahora que no pueden sacar al coronel del gobierno. Algo similar ocurre en Ecuador y Bolivia. Quienes votaron buscando mejorar jamás imaginaron que sus países se dividirían y entrarían en una confrontación, donde la agitación callejera bajo el juego de "o amigo, o enemigo", "culpables y víctimas", se convertiría en política de sus gobiernos. La intensa polarización en la que ha vivido nuestro país ya tocó fondo. Si el resultado electoral es el que muestran las encuestas, lo que viene es la fragmentación del sistema político; la extinción del centro izquierda; la ruptura del bloque conservador; la hegemonía del Partido Comunista (FMLN); varios gobiernos populistas de corte autoritario; una nueva división entre los salvadoreños y una prolongada, violenta y profunda crisis política, económica y social.
No haber construido un sistema de competencia política positiva entre fuerzas sensatas y el juego de los últimos tres gobiernos de ARENA de "polarizar para ganar", colocó a miles de electores contra la pared. La posibilidad de la alternancia en vez de ser un progreso, se ha convertido en un riesgo de regresión. Los electores tienen descontentos totalmente válidos. El problema es que la estrategia polarizadora de la derecha sirvió para legitimar y fortalecer a un partido extremista y violento, que en condiciones normales sería marginal. Ahora, por falta de opciones, la mayoría lo considera apto para gobernar. Algunos, aún estando conscientes del peligro, piensan que un gobierno del FMLN serviría de castigo a los viejos poderes para que "entiendan, aprendan y cambien".
Si hubiese certeza de la temporalidad del "castigo" y de que podemos recuperarnos de las consecuencias, el riesgo sería menor. Sería un bache de cinco años para avanzar en madurez, pero hay razones para concluir que no es un bache, sino un precipicio. Un gobierno del FMLN nos podría convertir en Estado fallido y sociedad desintegrada. No tenemos petróleo, ni somos tan fuertes como para resistir en treinta años una guerra civil, tres terremotos, inundaciones permanentes, la migración de la tercera parte de nuestra población, el fenómeno pandilleril más peligroso del planeta, la quiebra de nuestra agricultura y la inexistencia de un modelo económico que no sea el de exportar personas. El FMLN es incapaz de reinventar nuestra economía, lo que puede es destruirla. La prolongada crisis que crearía su gobierno nos puede mandar al fondo para siempre. No hay ninguna posibilidad de que el FMLN haga un gobierno normal y mucho menos un buen gobierno.
El FMLN no cree en la democracia, es anti-sistema confeso y exhibe sus simpatías por el comunismo del Siglo XX y por el socialismo del Siglo XXI. Sus actuales dirigentes han declarado que fue un error firmar la paz, apoyan abiertamente a grupos armados como las FARC y, terminada la guerra, sus militantes se involucraron en secuestros, en asesinatos de policías y violencia callejera. Para que un gobierno sea normal es indispensable que tenga relaciones armónicas con EEUU y el sector privado. Los empresarios son importantes para mantener y multiplicar los empleos y nuestra dependencia de los EE.UU. es tal, que sufrimos con sólo que no nos atiendan en Washington. No se trata de no ser críticos, el problema es que para el FMLN éstos son enemigos por definición. Una recopilación de las posiciones, escritos y actitudes del Frente en la posguerra demuestran esto de forma irrebatible. De que el país está mal y de que la derecha tiene la responsabilidad por ello, no hay duda; pero pensar que el Frente puede hacernos mejorar es una ilusión.
El FMLN le da miedo hasta a su propio candidato presidencial, que no se atreve a vestir sus colores. Ahora, más que nunca, la confianza es el valor fundamental de la economía y el Frente es incertidumbre. Los pocos empresarios que se le acercan lo hacen por miedo para comprar seguridad, o por oportunismo para venderles imagen. Con un gobierno del Frente caerían las inversiones, se perderían empleos, bajaría el valor de las propiedades, habría escasez y subirían los precios de todo. El FMLN es el cambio para empeorar.
La duda entonces es si el candidato domará al partido o si el partido domará al candidato. Los hechos muestran que el candidato ha perdido todas las batallas: le objetaron hacer una alianza más amplia; le negaron proponer un candidato diferente a la alcaldía capitalina; le impusieron al jefe de campaña y luego al jefe de programa; le rechazaron proponer candidatos a diputados y lo contradicen públicamente cuando les da la gana. Las batallas que le hacen falta al candidato son la del gabinete y la de las políticas de gobierno. Si fue derrotado en todas las anteriores, no hay razones para creer que puede ganar estas otras. Por consiguiente, le impondrían un gabinete de activistas del partido y así, sin ministros y sin diputados, las políticas del gobierno las definiría el Partido Comunista. El candidato sólo podría gobernar con independencia, si rompiera con el Frente y se apoyara en los diputados de ARENA. Pero ni él tiene el coraje para romper, ni la derecha va estar dispuesta a apoyarlo, en consecuencia sería un gobierno muy débil y sin poder real.
La conducta del candidato del Frente, si fuera presidente, estaría, además, condicionada por potentes factores nacionales e internacionales, que lo obligarían a subordinarse al proyecto extremista del FMLN. Creer que el apoyo de gobiernos socialdemócratas como Brasil o España servirían de contrapesos frente al Partido Comunista es una ingenuidad, no hay gobierno en el mundo que pueda competir con la chequera de Chávez y los cheques de este señor los recibirán los comunistas. Así que, imposibilitado de hacer buen gobierno, aislado en su cargo, sometido a la presión de un partido que estaría fortalecido, visto con desconfianza por EE.UU.; enfrentado a la oposición de la derecha y condicionado por los soportes de Venezuela; el candidato se tendría que sumar a las políticas revanchistas, amenazadoras, divisionistas y autoritarias del FMLN. Tendría que justificar y encubrir la violencia de fanáticos ensoberbecidos al igual que lo hacía la derecha en el pasado.
No sería la primera vez que tendríamos un presidente decorativo condicionado por un poder superior, así ocurrió en 1982 cuando quien mandaba era la Fuerza Armada. Este no es un tema de buena voluntad, sino un proceso determinado por el contexto. Lo que diga entonces el candidato para intentar diferenciarse del Frente, es completamente irrelevante. Si el FMLN ganara la elección presidencial, gobernaría el Partido Comunista y no el presidente, en síntesis, hay que olvidarse del candidato y acordarse del Frente.
*Columnista de El Diario de Hoy.
http://www.elsalvador.com/mwedh/nota/nota_completa.asp?idCat=6350&idArt=2918166
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