En América Latina, históricamente las amenazas a las libertades y derechos de los ciudadanos estaban representadas por golpes de estado y pronunciamientos militares que finalizaban invariablemente en las más despiadadas dictaduras.
Por Carlos Canta Yoy
Afortunadamente, las cosas han estado cambiando en los últimos tiempos. Ahora las amenazas ciertas a la libertad no provienen de tal ralea de despreciables individuos sino de los gobiernos dirigidos por personas electas en democráticos comicios y que tradicionalmente estuvieron enfrentadas a aquéllos: son los gobiernos populistas actuales, que no tanto populares.
Los malos ejemplos cunden, sin necesidad de dar nombres. Son muchos los casos que pueden darse de gobiernos que en su origen fueron más bien populares, elegidos según las reglas de la democracia, pero que posteriormente cuyos líderes se transformaron en demagógicos populistas y que ahora son los que están amenazando a las instituciones, a las libertades individuales y a los derechos de las personas. Entre otros motivos, porque casi invariablemente estos autoritarios de nuevas raíces (disfrazados de benefactores asistencialistas) gobiernan de manera muy férrea y desean perpetuarse en el poder. Ellos conjuntamente con toda la cáfila de paniaguados y serviles aduladores que los rodea. Así tenemos en la actualidad mandatarios que pretenden quedarse atornillados a las sillas presidenciales por ocho, doce y hasta veinte años más mediante dudosos, y a veces fraudulentos, procedimientos de reformas constitucionales. Sin contar, por si fuera poco, con los ejemplos más cercanos y conocidos por todos de alternancias familiares en el poder, el cual se encara como un bien mostrenco que pasa a formar parte de los bienes gananciales. Maniobras, ardides y tretas generalmente aprobadas por mayorías circunstanciales.
El grotesco "socialismo (se debería pedir disculpas a los verdaderos y respetables socialistas) del siglo XXI" inventado por el estrepitoso, folklórico, ex militar y ex golpista venezolano está siendo transplantado, poco a poco, insólitamente, por estas tierras. Tan ominosa posibilidad, hace muy poco tiempo atrás, es ya casi una certeza y las pruebas sobran al respecto. Es que no hay en realidad más que dos posibilidades: o se deja que las personas desarrollen sus actividades particulares (principalmente las económicas) con una amplia libertad solamente limitada por la ley y por los derechos de las demás personas; o bien, el Estado se encarga de la tutoría de los tales a los que se considera incapaces de adoptar decisiones, como si fueran impúberes de limitado raciocinio que ignoran estúpidamente cuáles son sus conveniencias, por lo cual el Estado deben guiarlos firmemente por su propio bien. El resultado de esta última política es obvio: una liliputación (perdón por el plagio Mr. Jonathan Swift) del mercado y de sus agentes económicos, un crecimiento rampante de la pobreza y de la indigencia, una pauperización de la educación y al final, penuria y escasez para casi toda la población. Menos para los que están instalados en el gobierno o en sus adyacencias.
La profundización del modelo (más bien de su falta) es el único camino que al parecer conocen y emprenden los gobiernos de este último signo. Y cuando la "Caja" se achica, por ejemplo porque el barril de petróleo baja de 160 a 60 dólares o porque las materias primas, la soja y los alimentos también lo hacen, comienzan los problemas. Pero, al mismo tiempo, comienza el peligro cierto y las amenazas a la pérdida de la libertad, que también crecen.
El Estado argentino se ha ido apropiando por medios legales, y de otros de dudosa juridicidad, de diversas actividades económicas: correo, líneas aéreas, distribución de energía. Y ahora intenta hacer lo mismo con los fondos de los jubilados. Al mismo tiempo, aumentan los derechos de importación y las restricciones no arancelarias. Y de eso mucho saben nuestros estimados lectores, mayoritariamente operadores en el comercio exterior. Licencias previas, salvaguardias y cupos, certificaciones, exigencias técnicas, documentación sobre el origen de las mercaderías, y demás obstáculos de toda índole asfixian actualmente al comercio internacional del país. Y van por más.
En la reciente reunión del Consejo del Mercado Común (Brasilia, 27 de octubre) ante la crisis mundial y particular del MERCOSUR (que es anterior y que obedece a otros motivos), Argentina propuso, como gran y única solución, aumentar todavía más los derechos de importación del Arancel Externo Común (tenemos un altísimo promedio de 22 por ciento) y las restricciones no arancelarias, para prácticamente paralizar las compras externas. A su vez, Venezuela propuso una declaración contra Estados Unidos… Proposición inefable.
El proteccionismo extremo, que parece ser la única arma para combatir las crisis; la sustitución de importaciones y los mercados cautivos; los explotados consumidores ignorados por la política oficial que deben pagar los platos rotos de los desaguisados de los gobiernos y de los estropicios de algunos industriales; y el "vivir con lo nuestro", nos ha llevado a afirmar muchas veces que el Dr. Prebisch, como el Cid Campeador, gana aún las batallas después de muerto.
Está entonces todo dicho. Chile y Uruguay, que parecen los dos países más sensatos y racionales de la región, se han opuesto al aumento de los derechos de importación y a las nuevas restricciones no arancelarias porque creen, muy acertadamente, que al fin y al cabo eso producirá perjuicios más graves a los consumidores, así como múltiples daños a la sociedad en su conjunto, en especialmente a los más pobres.
http://www.eldiarioexterior.com/noticia.asp?idarticulo=23487
Por Carlos Canta Yoy
Afortunadamente, las cosas han estado cambiando en los últimos tiempos. Ahora las amenazas ciertas a la libertad no provienen de tal ralea de despreciables individuos sino de los gobiernos dirigidos por personas electas en democráticos comicios y que tradicionalmente estuvieron enfrentadas a aquéllos: son los gobiernos populistas actuales, que no tanto populares.
Los malos ejemplos cunden, sin necesidad de dar nombres. Son muchos los casos que pueden darse de gobiernos que en su origen fueron más bien populares, elegidos según las reglas de la democracia, pero que posteriormente cuyos líderes se transformaron en demagógicos populistas y que ahora son los que están amenazando a las instituciones, a las libertades individuales y a los derechos de las personas. Entre otros motivos, porque casi invariablemente estos autoritarios de nuevas raíces (disfrazados de benefactores asistencialistas) gobiernan de manera muy férrea y desean perpetuarse en el poder. Ellos conjuntamente con toda la cáfila de paniaguados y serviles aduladores que los rodea. Así tenemos en la actualidad mandatarios que pretenden quedarse atornillados a las sillas presidenciales por ocho, doce y hasta veinte años más mediante dudosos, y a veces fraudulentos, procedimientos de reformas constitucionales. Sin contar, por si fuera poco, con los ejemplos más cercanos y conocidos por todos de alternancias familiares en el poder, el cual se encara como un bien mostrenco que pasa a formar parte de los bienes gananciales. Maniobras, ardides y tretas generalmente aprobadas por mayorías circunstanciales.
El grotesco "socialismo (se debería pedir disculpas a los verdaderos y respetables socialistas) del siglo XXI" inventado por el estrepitoso, folklórico, ex militar y ex golpista venezolano está siendo transplantado, poco a poco, insólitamente, por estas tierras. Tan ominosa posibilidad, hace muy poco tiempo atrás, es ya casi una certeza y las pruebas sobran al respecto. Es que no hay en realidad más que dos posibilidades: o se deja que las personas desarrollen sus actividades particulares (principalmente las económicas) con una amplia libertad solamente limitada por la ley y por los derechos de las demás personas; o bien, el Estado se encarga de la tutoría de los tales a los que se considera incapaces de adoptar decisiones, como si fueran impúberes de limitado raciocinio que ignoran estúpidamente cuáles son sus conveniencias, por lo cual el Estado deben guiarlos firmemente por su propio bien. El resultado de esta última política es obvio: una liliputación (perdón por el plagio Mr. Jonathan Swift) del mercado y de sus agentes económicos, un crecimiento rampante de la pobreza y de la indigencia, una pauperización de la educación y al final, penuria y escasez para casi toda la población. Menos para los que están instalados en el gobierno o en sus adyacencias.
La profundización del modelo (más bien de su falta) es el único camino que al parecer conocen y emprenden los gobiernos de este último signo. Y cuando la "Caja" se achica, por ejemplo porque el barril de petróleo baja de 160 a 60 dólares o porque las materias primas, la soja y los alimentos también lo hacen, comienzan los problemas. Pero, al mismo tiempo, comienza el peligro cierto y las amenazas a la pérdida de la libertad, que también crecen.
El Estado argentino se ha ido apropiando por medios legales, y de otros de dudosa juridicidad, de diversas actividades económicas: correo, líneas aéreas, distribución de energía. Y ahora intenta hacer lo mismo con los fondos de los jubilados. Al mismo tiempo, aumentan los derechos de importación y las restricciones no arancelarias. Y de eso mucho saben nuestros estimados lectores, mayoritariamente operadores en el comercio exterior. Licencias previas, salvaguardias y cupos, certificaciones, exigencias técnicas, documentación sobre el origen de las mercaderías, y demás obstáculos de toda índole asfixian actualmente al comercio internacional del país. Y van por más.
En la reciente reunión del Consejo del Mercado Común (Brasilia, 27 de octubre) ante la crisis mundial y particular del MERCOSUR (que es anterior y que obedece a otros motivos), Argentina propuso, como gran y única solución, aumentar todavía más los derechos de importación del Arancel Externo Común (tenemos un altísimo promedio de 22 por ciento) y las restricciones no arancelarias, para prácticamente paralizar las compras externas. A su vez, Venezuela propuso una declaración contra Estados Unidos… Proposición inefable.
El proteccionismo extremo, que parece ser la única arma para combatir las crisis; la sustitución de importaciones y los mercados cautivos; los explotados consumidores ignorados por la política oficial que deben pagar los platos rotos de los desaguisados de los gobiernos y de los estropicios de algunos industriales; y el "vivir con lo nuestro", nos ha llevado a afirmar muchas veces que el Dr. Prebisch, como el Cid Campeador, gana aún las batallas después de muerto.
Está entonces todo dicho. Chile y Uruguay, que parecen los dos países más sensatos y racionales de la región, se han opuesto al aumento de los derechos de importación y a las nuevas restricciones no arancelarias porque creen, muy acertadamente, que al fin y al cabo eso producirá perjuicios más graves a los consumidores, así como múltiples daños a la sociedad en su conjunto, en especialmente a los más pobres.
http://www.eldiarioexterior.com/noticia.asp?idarticulo=23487
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