Han pasado los años y la guerra civil que se liberó en El Salvador, y el recuerdo y los fantasmas de aquella violenta y sangrienta guerra se hacen presentes.
El recuerdo de muchos combatientes de las FPL, asesinados por Salvador Sánchez Cerén, aun vive en la memoria de sus seres queridos. Y los fantasmas de todos aquellos que fueron asesinados por órdenes del candidato a la vicepresidencia del pais por parte del FMLN, hoy aparecen en su vida.
El grito de justicia de todas esas víctimas se hace presente. Familiares de los más de mil combatientes asesinados piden explicaciones a Sánchez Cerén. Pero estas peticiones siguen siendo evadidas por parte del dirigente rojo.
Más que novela de ficción, Geovani Galeas, en su libro "Informe de una matanza" nos lleva a ese obscuro capítulo de la guerra y nos aclara quien es el responsable de tan macabra ejecución.
Informe de una matanza. El libro
El grito de justicia de todas esas víctimas se hace presente. Familiares de los más de mil combatientes asesinados piden explicaciones a Sánchez Cerén. Pero estas peticiones siguen siendo evadidas por parte del dirigente rojo.
Más que novela de ficción, Geovani Galeas, en su libro "Informe de una matanza" nos lleva a ese obscuro capítulo de la guerra y nos aclara quien es el responsable de tan macabra ejecución.
Informe de una matanza. El libro
Escrito por Geovani Galeas/ Columnista de LA PRENSA GRÁFICA
De Berne Ayalá había leído sus novelas y su magistral crónica extensa sobre la ofensiva insurgente de 1989, pero no lo conocía personalmente. Nos encontramos hace unos tres años, cuando le hice una entrevista televisiva a propósito del lanzamiento de otro de sus libros. Sus particulares puntos de vista sobre la realidad nacional, la literatura y la guerra me impactaron positivamente de forma inmediata.
Él había militado en las filas del Partido Comunista, yo en las del Ejército Revolucionario del Pueblo. La primera de nuestras coincidencias se dio en torno a una convicción: en la guerra civil, en los dos bandos, hubo admirables cuotas de sacrificio y heroísmo, pero también deplorables expresiones de la miseria humana, y es imposible abordar ese pasaje de nuestra historia ocultando o simplemente negando, a conveniencia, alguna de esas dos dimensiones.
Hace poco más de un año, Berne y yo nos embarcamos en la aventura de editar un periódico digital, Centroamérica 21, cuyo corazón sería, y es, la sección titulada Partes de Guerra. Nos apasionaba la idea de relatar lo vivido, visto, oído y sentido por nosotros mismos durante el conflicto, y ahondar en la experiencia de otros compañeros. Así fuimos relatando batallas y perfiles de combatientes excepcionales por su humanismo y arrojo combativo, pero también capítulos que por vergonzantes han sido silenciados.
En esos avatares encontramos una pista inesperada: entre 1986 y 1991, en el interior de las FPL, la más poderosa de las organizaciones del FMLN, se había producido una matanza de combatientes, a manos de sus propios jefes, bajo la acusación de ser “infiltrados del enemigo”. Vagamente comenzamos a escuchar de más de mil ejecutados por lapidación, degollamiento o garrotazos.
La cifra y lo espeluznante de esas primeras informaciones nos puso en guardia, pues sospechamos que se trataba, por lo menos, de una exageración. Sin embargo, decidimos investigar esos hechos acaecidos, principalmente, en lo que durante la guerra fue conocido como el frente paracentral del FMLN, ubicado entre los departamentos de San Vicente, Usulután y La Paz.
Viajamos a la zona muchas veces y ahí, en los modestos ranchos campesinos de los antiguos guerreros del paracentral, militantes de las FPL desde inicios y mediados de los años setenta, escuchamos en palabras sencillas los testimonios más desgarradores que hubiéramos podido imaginar. A esos veteranos nadie les contó la historia. Ellos estuvieron allí, vieron las torturas salvajes y las ejecuciones, y conocen los nombres de las víctimas y de los asesinos. Habían guardado silencio durante todo este tiempo, pero el solo recuerdo de aquella matanza de sus compañeros les quiebra la voz y les pone un brillo de indignación y dolor en sus ojos.
En 1991, la dirección de las FPL responsabilizó de los hechos al comandante Mayo Sibrián, jefe del paracentral, ordenó su fusilamiento y dio por cerrado el caso. Nuestros testigos vieron esa otra ejecución, pero aseguran que Mayo Sibrián solo fue uno de los asesinos y una especie de chivo expiatorio. Todos ellos coinciden en señalar directamente a Salvador Sánchez Cerén como máximo responsable de esa barbarie, pues era él quien, como comandante en jefe de las FPL, daba las órdenes y recibía los informes de lo actuado.
Esa es la historia que Berne y yo consignamos en el libro Informe de una matanza. Grandeza y miseria en una guerrilla, que ya está en las principales librerías del país. Ahora la palabra la tiene Salvador Sánchez Cerén, ya sea para volver a hablar de traición e infiltración, como lo ha venido haciendo hasta ahora, o para pedir perdón a las familias de sus víctimas e indicarles el lugar donde fueron enterrados sus seres queridos.
http://www.laprensagrafica.com/index.php/opinion/editorial/2622.html
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